Evocar con palabras el advenimiento de un ser humano, como un aroma que no se extingue. El que ha vivido de cerca esta experiencia, no importa el papel que haya jugado en ella (padre, abuelo, tío, amigo…), nota como si el eje de su vida se inclinara. Un bebé recién nacido cambia la perspectiva de quien convive con él.
Al menos cambió mi perspectiva. Fui testigo en un segundo plano, con escasas intervenciones directas, pero profundamente conmovido. Mis poemas de abuelo no pueden ser otra cosa que un homenaje a la maternidad y una bienvenida al nieto, un abrazo al padre. En la dedicatoria comprobamos que en realidad se trata de dos nietos, pero la experiencia se cuenta en singular, uno a uno. Incluso existe una tercera nieta, la de la editora, que asiste a la fiesta, y no como mera invitada, sino como protagonista, porque los poemas son juegos de vida con referencias continuas a la naturaleza y a las etapas que viven los bebés.
Quise cantar la mirada radiante de las embarazadas una vez que su cuerpo y su psique asimilan el nuevo estado. Quise cantar la felicidad de un embarazo aceptado, que llega acompañada de cierta angustia provocada por una incertidumbre que “rasga la cortina de la noche”, rodeada de pájaros que “anidan al borde del vacío”.
Una copla expresó el momento del parto: “Telaraña de la noche / hazte a un lado, por favor, / para dar paso a este niño / que brota como una flor”. En ese preciso instante, el recién nacido inaugura la existencia: el mundo comienza a girar por primera vez para él. Y el abuelo evoca villancicos, pues todo bebé es sagrado: “Huele a cielo mi bebé / como un ángel perfumado”.
Quise cantar una nana al estilo tradicional, una nana de río y de mar, ambos lácteos; la leche es el primer contacto líquido del bebé, es su fuente, su río, su mar, su riomar. Y aunque la vida no es toda de color de rosa, “graznan malvados cuervos crueles”, en la madre se adivina una leona que protege y amamanta al cachorro.
Expresé vivencias directas, a cierta distancia. “Primera canción” es tal vez el poema más autobiográfico: en él recuerdo el primer contacto “verbal” con mi nieto, que repetía la sílaba gue, gue (seguramente un mero reflejo laríngeo, dirán los especialistas); el caso es que abuelo y nieto estuvimos un buen rato cantando gue, gue, a contrapunto, y fue la canción más hermosa que he escuchado-cantado en mi vida.
Quise cantar la primera respiración que inaugura el tiempo en el recién nacido; tiempo que avanza en forma de hambre y saciedad, bienestar y malestar, los primeros ritmos del bebé; así el amamantar es un juego de reloj de péndulo, que da las horas en los pechos de la madre.
Entré en escena para recoger con un dedo una lágrima que resbalaba por la mejilla de mi nieto y se la puse en los labios: la vida sabe así. Y me despedí con unos versos existenciales en los que confesaba no saber por qué se viene a este mundo, por qué se sobrevive en él; y de pronto, el bebé recién nacido se convirtió en mi gran motivo existencial.
Las delicadas ilustraciones de Maite Gurrutxaga captan el aliento familiar, el tono de los poemas; las formas y los colores cantan a dúo. La editora ha mimado el libro con esmero, como a un recién nacido. Qué más puede pedir el autor.
Juan Kruz Igerabide, autor de «Nana para un nieto»/»Aitonaren lo-kanta».